Ni tan secretas confesiones

Si no tienes facebook no eres nadie, así me dijo mi amiga Sole, esto hace muchos meses atrás, también me advirtió que facebook era una gran ventana para desarrollar las mejores técnicas de psicopateo, en un principio creí que eran leseras de ella, pero hoy es un hecho 100% comprobado.

Ahí estaba yo, navegando, haciendo test sin ningún sentido, como “que clase de animal eres cuando estas en pareja” o “cuan erótico eres”, cuando entre los amigos de Pepe me topé con “él”, el personaje de hoy por hoy que llamaré Arturo - poco creativa, lo se, pero cualquier otro nombre resulta muy comprometedor – a quien no veía hace muchos, pero muchos años, para qué decir cuántos…si son muchos, la cosa es que me animé a enviarle una solicitud de amistad, pero claro, no me imaginaba las consecuencias de ese clik.

Solicitud aceptada, lo que faltaba: Messenger. Obvio lo agregué como amigo y en un par de horas estábamos poniéndonos al día de nuestras vidas, el estaba trabajando en Santiago yo en Rancagua, por supuesto que había corrido mucho agua bajo el puente, pero por mas agua que hubiese corrido, no nos habíamos olvidado de un temita y en la primera conversación salió a relucir. Muchos años atrás, tantos como los que habían pasado desde que nos dejamos de ver, en una sala de un colegio yo recibía mi primer beso, si, una historia muy tierna, pero que no es la que nos importa, lo que importa es que recordando eso yo comencé a sentirme extraña, un poco nerviosa, me estaba riendo sola y él por lo que me dijo después también estaba así, en otras palabras, sin darme cuenta en ese momento, nos había picado el bichito de la curiosidad, saber como estaríamos y que tal sería un segundo beso.

Todos los días sabía de el, obvio había interés mutuo, si no era facebook, era Messenger, en alguna oportunidad un llamado trasnochado, mensajes, lo que fuera, siempre en contacto y siempre dejando al aire la idea de juntarnos, tirábamos ese idea casi como que el encuentro fuera como que no quiere la cosa, pero en realidad era lo único que queríamos y cada día se notaba mas, el nivel de las conversaciones se había tornado incluso un poco hot, teníamos que vernos (nótese el carácter de urgente).

Tras un mes de conversaciones finalmente nos reencontramos, podría decirse que fue casi una casualidad, casi por que no lo era, el y yo sabíamos que no era así. Ese día salí de mi casa sabiendo que no iba a volver sin antes haberlo visto. No quedamos en nada, el se iba a reunir con sus amigos en un carrete casero y yo muy precavida pensé que en el transcurso de la noche y tras algunos tragos me iba a llamar y no podía decirle que estaba durmiendo, o sea: mal, así es que comencé a armar panoramas con mis amigos y al final no resultó ninguno, casi me dieron pataletas, pero mi amigo Benja me salvó. Nos fuimos a tomar unos tragos, fumar, relajarnos, aunque internamente estaba inquieta, no sonaba mi celular y ya me estaba comenzando a amurrar, cuando… ¡mensaje! , muy bien dije yo, esto está comenzando.

Al final después de mensajes que iban y venían y tras varios sour y colas me armé de valor y le supliqué al Benja que en el viaje de vuelta “pasáramos” al lugar donde Arturo estaba carreteando por solo 5 minutos, simplemente a saludar. No fueron 5, fue como 1 hora.

Yo sentí que habían luces, fuegos artificiales y cuanta parafernalia existe alrededor de nosotros, hablábamos a una distancia no mayor a 5 cm., nos mirábamos, abrazábamos, realmente fue un momento feliz y redondo que culminó con un beso de “aquellos” como diría el. No es que me crea experta en besos, pero ese, bueno en realidad esos, fueron maravillosos y después lo comentamos, fue como si siempre nos hubiésemos dado besos, no hubo la típica torpeza del primero, todo lo contrario: una química perfecta.

Esa noche me quedé dormida sonriendo.

Isidora Labarca